Correrse sobre el régimen de la imagen, más superficie que objeto móvil, un movimiento menor
para dejar pasar y evitar la catástrofe de un diseño de plasma. Enterrarlo como
se entierra una piedra en la arena con el pie, entregarse a la monstruosidad de
hacer imágenes y a la fortuna de tener cómplices en la deserción.
A espaldas de las columnas dominicales –como esta- el mar
concentra una sonrisa que puede aplastarnos.
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