Andar de noche.
Una libreta salvada de las
llamas, una pasión sin tiempo y de muchos nombres, llegó a las manos de Sir Richard Francis
Burton durante la incursión en territorios de la guerra de la triple alianza. A
catorce leguas de Asunción en un pueblo cerrado a los valles cercanos,
resguardado a un lado por un tributario del río Paraguay, el Caañabé, y una
cadena de fangales prácticamente imposible de vadear por el otro, el agente
inglés copiaba prolijamente imágenes de esa libreta sentado en el cerro Mbaé. Una
de esas imágenes esgrafiadas por Burton inicia la casa telepática: el hombre
jaguar.
Mbaé puede traducirse del guaraní
como fantasma. La violenta marea de
las fronteras es una acústica en el lapso de las imágenes. Las imágenes que necesitan texto están perdidas.
Cuando Cándido readaptaba su mano,
en ese pantano de la guerra, sintió temblores en su derecha fantasma. Acordonaba
el resto de brazo para que no se le volara la imaginación en esos cinco dedos
del más allá y si bien el sistema le dio algún resultado no pudo evitar caer en
la representación como fármaco, pintando manitos en pequeños pedazos de tela
que llevaba al bolsillo. Con el
tiempo las manitos dieron lugar a otros
dibujos, un arma, un sol, un pájaro, una
nube era garantía de lo mismo.
La imaginación en vías de
telepatía es una doble entrada, muchas veces simultánea, al abandono y a la
práctica. Ese origen y esa diferencia son resonancias de un cuerpo que se
disuelve sin desaparecer.
La cama se dio vuelta como un bote.
En la densa oscuridad las apariciones se mostraban flotantes, entre tiros y
voces extrañas. Los combatientes
enervados en esa ramita de fusil atentos a las señales que circulaban por el Paraná.
Las lecturas orientales de Burton irradiaron la selva paraguaya y al tigre que
husmeaba en el campo de batalla.
El jaguar es un cazador
aleatorio, mantiene el ecosistema en tensión vital regulando especies, entiende
la biodiversidad. El chamán entra al jaguar con el Yajé. El sueño de un cuerpo
que transmite otro cuerpo. Dibujar a ciegas en una cámara que transfiere es el
tiempo, una medida itineraria como la legua. La casa telepática entra a la
telepatía con el dibujo.
Los vapores de mercurio son un
recuerdo escampado en la intimidad del soldado López, ya ausentes le siguen
dilatando los cartílagos. Un fallo límbico.
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